miércoles, 5 de noviembre de 2008

Miércoles de la XXXI semana del tiempo ordinario

El que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo.

EvangelioLectura del santo Evangelio según san Lucas 14, 25-33En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos, les dijo:“Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar’.


¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”.
MeditaciónJesús no sólo nos invitó a la pobreza de corazón sino que nos dio ejemplo de ella con su misma vida. Él, que poseía toda la riqueza de Dios, se hizo pobre por nosotros. Nació en el silencio y en la pobreza más completa. Y vivió así también a lo largo de toda su vida. Por eso, no nos debemos extrañar que en este pasaje nos diga que si no renunciamos a todos los bienes no podremos ser sus discípulos. De este modo nos invita a ser sobrios y a evitar las preocupaciones excesivas de este mundo. ¡Que Dios no nos encuentre distraídos o dedicados a las cosas materiales!La sola pobreza material, como tal, no garantiza necesariamente la cercanía a Dios, porque el corazón puede ser duro y estar lleno de afán de riqueza. Quien quiera seguir a Cristo de un modo radical, debe renunciar de corazón a los bienes materiales. Pero debe vivir esta pobreza como un modo de llegar a ser interiormente libre para Dios y para los demás.La cuestión de la pobreza de corazón debe ser continuamente objeto de un examen de conciencia. Reflexionemos seriamente en cómo vivimos este consejo evangélico. Veamos si tenemos capacidad de desprendimiento personal, si sabemos prescindir de lo propio para ponerlo al servicio de Dios y de los demás, si compartimos nuestro tiempo, nuestras cualidades, nuestros bienes terrenos, y todo lo que tenemos. Si somos agradecidos con los que nos sirven o nos ayudan. Pensemos si estamos dispuestos a darle a Dios todo lo que nos pide, si salimos al encuentro de las necesidades de los demás y de la Iglesia.El auténtico corazón generoso no da de lo que no necesita o de lo que quiere deshacerse, sino que da de lo que tiene…“hasta que duele”.
Reflexión apostólicaSeamos parcos y austeros con nosotros mismos y magnánimos con Dios y con los otros. El saber que todo lo que tenemos lo hemos recibido de Dios, nos debe impulsar a dar con generosidad.Si somos desprendidos y generosos con Dios y con los demás, nuestra vida producirá frutos para la eternidad que nos aguarda. Vivamos la pobreza con acciones concretas: colaborando en las obras de apostolado con nuestro tiempo y recursos.
PropósitoApoyar alguna necesidad ajena de mi prójimo o de la Iglesia, recordando que Dios se hace presente en el mundo gracias al esfuerzo de quienes ofrecen un apoyo material a las obras destinadas a difundir la Palabra de Dios.

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